lunes, 21 de julio de 2014

Catando las flacas

Este fin de semana, he tenido la oportunidad de probar cómo se rueda en ruta sobre una bici de carretera. Hacía tiempo que tenía ganas, y se dio la ocasión. Oscar tenía que hacer unos km en ella para preparar su próximo triatlón e iba a salir con un par de compañeros del trabajo. En cuanto me propuso salir y me confirmó que podía conseguir una bici, no lo dude. Solo hubo que inflar ruedas y cambiar los pedales para que pudiera montar con mis zapatillas de montaña. Por lo demás la bici me iba como un guante, la talla clavada. Necesité rebuscar ropa de lycra por todos los cajones, hace años estaban llenos de ella, pero según hemos ido pasando del xc al AM, a ido desapareciendo, de hecho tuve que desmontar unos pantalones para sacar el culotte.

Salimos el domingo por la mañana desde Perales del Río. Los primeros kilómetros en dirección San Martín de la Vega, son llanos, vienen bien para ir haciéndose a la postura y los desarrollos. Las primeras sensaciones son muy chulas, con poco esfuerzo vamos rodando por encima de 30 km/h. Subimos La Marañosa por el carril bici, no son rampas duras y las piernas están frescas, así que más o menos aguanto el ritmo, aunque al final prefiero aflojar y descolgarme un poco para no echar el resto desde el principio. Queda mucho por delante. Desde San Martín nos dirigimos a Morata y toca subir un segundo puerto (si es que se le puede llamar así), aquí ya empiezo a notar que el ritmo subiendo no es el mismo, voy más atascado. Una vez arriba, bajada rápida hacia Morata, valoramos ir a Chinchón pero por evitar la mala carretera, decidimos seguir por la vía verde de la Vega del Tajuña. Tiramos hasta Tielmes, donde llegamos con 43 km y hacemos la primera parada para comer algo. 

Para evitar deshacer el camino, miro en el movil cómo podemos cerrar la ruta haciendo un bucle, lo más razonable parece llegar a Valdilecha, de ahí a Arganda, San Martín y desde ahí deshacer camino subiendo Marañosa por el lado que habíamos bajado por la mañana. Retomamos el camino y a los pocos metros, hay que parar: he pinchado, una china se ha clavado en la rueda, algo desgastada y ha tocado la cámara.

La subida hacia Valdilecha comienza tendida, es llevadera, pero una vez pasamos el pueblo y hay que acabar de salir de la vega, la carretera se hace más dura. No es una subida larga, pero las rampas son fuertes, a mi me sobran platos y me faltan piñones, estoy acostumbrado a subir más alegre y no tirando tanto de piernas. Este esfuerzo ya me deja tocado para el resto de ruta. Además para añadir algo más de dificultad en cuanto coronamos el viento empieza a estar más presente, menos mal que en gran parte de estos tramos, me esperan y me van quitando aire, lo que me hace las largas rectas más llevaderas.

Llegamos hasta Arganda bajando desde que cruzamos la R3, menos mal, son unos kilómetros de descanso me que vienen muy bien. Hacemos la última parada de avituallamiento en el McDonalds, donde cogemos unos refrescos... y me quedo con las ganas de una hamburguesa, jeje, no será por hambre, pero no me parece muy prudente y por si acaso, me como una barrita energética. Desde Arganda a San Martín el terreno es fácil, a pesar de eso voy ya muy justo y sigo rodando protegido por el grupo. Aunque hay que seguir dando pedales, es una ayuda que se nota muchísimo, Oscar está fuerte y sigue tirando con el plato grande enganchado, y yo a rueda lo que pueda, agarrado en la parte baja del manillar en posición fetal intentando evitar el viento todo lo posible.

Cuando empieza la subida a la Marañosa, la recta final de la ruta prácticamente, me descuelgo del grupo para subir a mi ritmo, enseguida les pierdo de vista y me centro en encontrar un ritmo cómodo que me permita llegar, las piernas ya no dan más y las sensaciones no son buenas, son casi 100 km, la primera vez en carretera, con viento y después de un mes sin montar. Hacía mucho que no se me hacía tan duro acabar una ruta, pero a la vez tan gratificante haberlo conseguido y es que los logros con esfuerzo, se aprecian más. Después de coronar, me vuelvo a unir al grupo, y nos dejamos caer, después otros 5 o 6 km de llaneo hasta llegar a los coches y fin de ruta.

La experiencia ha sido buena, es llamativa la sensación de cómo rueda una bici de carretera cuando estás acostumbrado a ir con neumáticos de 2.3 y suspensiones. Con el mismo esfuerzo, llaneando la velocidad es el doble. La postura es totalmente diferente y aunque se trata de dar pedales, las piernas se cargan de otro modo, la fatiga es como si nunca hubiera dado un pedal, los hombros, la espalda y el cuello, se quejan... Por contra, cuando ruedas a ritmo, los kilómetros parece que los regalan. Divertido, y seguro que entrenar en invierno en ella, te deja fino, si hubiera tiempo para todo... aunque tras 100 km echo en falta una piedrecita, un surco, un sendero: algo de técnica o conducción.

Lo mejor de la experiencia, como casi siempre que das con ciclistas de verdad, la gente y el compañerismo que hay en este deporte. Esto si que engancha.




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